La existencia de determinados grados zodiacales para la exaltación de los planetas sigue generando debates, sobre todo en lo que concierne a su origen y fundamentación. Los grados de exaltación surgieron en la astrología primitiva de la antigua Babilonia, sin que exista verdadera claridad sobre su justificación. Estos grados son: para el Sol, el 19° de Aries; para la Luna, el 3° de Tauro; para Mercurio, el 15° de Virgo; para Venus el 27° de Piscis; para Marte, el 28° de Capricornio; para Júpiter, el 15° de Cáncer; finalmente para Saturno, el 21° de Libra. ¿Pero por qué estos grados en particular y no otros? Existen diferentes respuestas posibles, aunque ninguna de ellas resulta totalmente satisfactoria.
La tesis de Cyril Fagan es que estos grados corresponden a las posiciones siderales de las dos luminarias en el día del año nuevo lunar babilonio del 786 a.C. junto con los grados de salida o puesta helíaca para los planetas de ese mismo año, cuando se construyó un importante templo para Nabu, dios de la sabiduría y de las ciencias, entre ellas la astrología. En cambio, la tesis de Joanne Conman es que estos grados están vinculados con determinadas estrellas fijas empleadas para identificar algunos de los decanatos egipcios originales, que luego habrían sido llevados al uso por los babilonios para la exaltación astrológica de los planetas. La verdad es que ninguna de las hipótesis es realmente concluyente. Estamos ante especulaciones posibles, pero especulaciones al fin y al cabo.
Estos grados específicos eran llamados Nisirti Ašar o "lugares secretos" en la antigua lengua babilónica, luego denominados Hypsomata (ὕψωματα) por los astrólogos griegos. Lo cierto es que posteriormente, en la práctica de la astrología helenística, persa y árabe, terminaron siendo los treinta grados del signo en cuestión los que exaltaban al planeta. El maestro Porfirio, en su Eisagogé, nos hace notar que los signos de exaltación siguen una regla: los planetas diurnos (Sol, Júpiter y Saturno) se exaltan en un signo que se encuentra en trígono respecto a uno de sus domicilios, mientras que los planetas nocturnos (Luna, Venus y Marte) lo hacen en un signo que se encuentra en sextil con respecto a uno de sus domicilios. Por su parte el ambiguo Mercurio, siendo un planeta mixto, se exalta en un signo que se halla en conjunción con uno de sus domicilios, es decir, dentro del mismo en el que tiene una de sus regencias.
En el Tetrabiblos de Claudio Ptolomeo se nos indican una serie de relaciones de afinidad entre las intensidades de las cualidades primitivas presentes en los planetas (caliente, frío, húmedo y seco) y las mismas cualidades asociadas a las estaciones vinculadas a los signos donde dichos planetas se exaltan, pero no se nos explica nada respecto a los grados específicos derivados de la antigua tradición babilonia. Podríamos considerar que, dentro de los treinta grados del signo de exaltación, el grado babilónico representa un caso especial en donde esta dignidad alcanza su clímax, pero surge entonces el problema de que tales grados estaban ligados al zodiaco sideral que se utilizaba en Mesopotamia hace veinticinco siglos, y no al zodiaco tropical de nuestra tradición astrológica occidental.
Ya en el siglo IX, Abu Ma'shar nos da una serie de indicaciones que explicarían las exaltaciones, y aparentemente sus grados específicos también, sobre la base presunta de un texto griego ya perdido, el Panaretos de Hermes Trismegisto. Para el maestro persa, los grados de exaltación se obtienen por medio de la conversión de ciertos grados eclípticos a grados de ascensión recta, levantando el mapa astral para la latitud del ecuador geográfico. Ello combinado con una serie de disquisiciones más o menos complejas sobre los aspectos que conectarían dichos grados entre sí. En tiempos recientes, otros han planteado la posibilidad de que se trate de los grados eclípticos donde los planetas alcanzan su máxima latitud eclíptica, pero esto deja fuera al Sol, que siempre mantiene su latitud en cero.
En paralelo, algunos han puesto en duda el origen babilónico de los grados de exaltación, basándose en la datación de las tablillas cuneiformes donde son mencionados, ya que supuestamente coincidirían con el periodo de inicio de la astrología horoscópica griega. Es el caso de Chris Brennan que, basándose en el trabajo previo de la asirióloga Francesca Rochberg, plantea la hipótesis de que en realidad hayan sido los griegos quienes los inventaron, de manera que serían estos quienes los habrían traspasado posteriormente a los babilonios. Aunque está dentro de las posibilidades, me parece bastante improbable porque fue el mismo Paulus Alexandrinus, en su obra "Eisagogika" del año 378, quien apuntó al origen babilónico de estos grados específicos. Un testimonio así de temprano no es algo fácilmente descartable. Sea como sea, es claro que descifrar el misterio de una manera cabal, que no deje a nadie con duda alguna, es sumamente difícil.
Estamos frente a un rompecabezas histórico que quizás se pueda resolver a futuro gracias a algún nuevo descubrimiento arqueológico en la zona de Irak y sus alrededores, o tal vez gracias a la traducción de las numerosas tablillas cuneiformes que duermen en muchos archivos de museos, institutos y universidades, esperando a que algún erudito les dedique un trabajo de investigación. A falta de pruebas suficientes para respaldar alguna hipótesis, sólo nos queda la paciencia y la imaginación. Mientras tanto, el fundamento detrás de los grados de exaltación seguirá siendo un misterio, cuya comprensión se nos escabulle entre los dedos como la arcilla del desierto iraquí.
Publicado el martes 1 de junio de 2021.
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