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Los Hijos de Zurván: análisis de la gran conjunción con paralelo del 2020.


Este es un día extraordinario para los que amamos la astrología, puesto que no a todos los astrólogos les toca presenciar un evento como el que está por concretarse dentro de muy pocas horas en las proximidades del meridiano local de mi país. Y es que hoy, lunes 21 de diciembre del 2020, se cierra y perfecciona la conjunción media de Júpiter y Saturno con cambio de triplicidad desde la tierra al aire. Se abren las puertas de una nueva fase de doscientos años para la humanidad en medio de una enorme crisis sanitaria, económica, política y social a escala global. Es ésta la conjunción de los cronocrátores que marca la mitad del gran ciclo astrológico persa que, al menos desde el final de la dinastía sasánida en el siglo VII de nuestra era, ha sido utilizado como el marcador principal dentro del reloj cósmico de las edades, indicando la caída y el surgimiento de las grandes religiones, civilizaciones y dinastías.

Cuenta la mitología persa que Zurván, dios del tiempo y señor del zodiaco, tuvo dos hijos gemelos: Ormuz, el dios de la luz, y Ahrimán, el dios de la oscuridad. Siendo sus naturalezas tan contrarias, el conflicto entre luz y oscuridad, o entre el bien y el mal, se hizo inevitable. Desde su nacimiento ambos se disputan por toda la eternidad el señorío y el poder sobre el universo entero. Este mito estaba profundamente vivo en la Persia del Imperio Sasánida (226-651), cuando el Zurvanismo se transformó en una religión prominente y en abierta disputa con el Mazdeísmo ortodoxo, que le reprochaba su regreso al politeísmo anterior a la reforma de Zoroastro, así como su enfoque teológico dualista. El predominio de esta corriente religiosa dualista emergió poco tiempo antes de que los astrólogos persas como Andarzaghar comenzaran a utilizar el ciclo de conjunciones de Júpiter y Saturno para predecir los grandes procesos históricos.


En este nuevo capítulo del drama cósmico, el luminoso Júpiter, de naturaleza caliente y húmeda, afín a la vida y a la expansión, se contrapone al pálido Saturno, de naturaleza fría y seca, afín a la muerte y a la constricción. Y tal como en el período helenístico vimos surgir al trío de significadores técnicos del Afeta, el Oikodespotes y el Anareta en base a la transfiguración astrológica de Cloto, Láquesis y Átropos, las tres Moiras que hilaban, medían y cortaban el hilo de la vida humana, frente a la recepción persa de la astrología, me atrevo a sugerir la hipótesis de que el ciclo de los dos cronocrátores emergió como una transformación de los gemelos Ormuz y Ahrimán en figuras astrológicas. En la lengua pahlavi del periodo Sasánida, el nombre para designar al planeta Júpiter era precisamente Ormuz, mientras que el de Saturno era Kewan. Atendiendo a la extendida costumbre de evitar nombrar directamente a toda personificación del mal en las religiones dualistas, me parece una conjetura plausible que quedará disponible para corroboración o descarte a futuro.


Hay algunos estudiosos de la cultura persa que creen posible que Saturno haya sido equiparado a la figura de Zurván mismo, en base al nombre que este planeta tuvo en lengua armenia, cuya cultura fue muy influida por los persas, pero a mi juicio esta hipótesis no luce muy convincente. Antes bien, parece un intento por forzar la equivalencia entre el Saturno griego (Chronos) como dios del tiempo, con la figura persa de Zurván, en la medida en que éste también regía la duración de todas las cosas. No obstante, en tiempos Sasánidas, la figura de Zurván estuvo asociada al zodiaco y al cielo en general, y no a un planeta en específico, por lo que resulta muchísimo más verosímil la asimilación de Saturno con Ahrimán, hermano de Ormuz (Júpiter). La tendencia a mitificar el cielo, en todo caso, fue una constante en las diversas religiones politeístas de Mesopotamia y sus alrededores. El zurvanismo persa hizo exactamente esto mismo, bajo la poderosa influencia de sus vecinos babilonios.


Como señalaba anteriormente, esta conjunción de Júpiter y Saturno corta por la mitad el gran ciclo del “milenio astrológico”, señalando el punto de apogeo que inaugura la segunda parte del mismo, marcada por el declive tras la previa fase de ascenso. El destino ha querido que el encuentro de los hijos de Zurván en el cielo acontezca a sólo una Novena de distancia de mi cuadragésima revolución solar, esa que la Cabalá señala como la edad autorizada para aprender la sabiduría oculta, por ser considerada como la mitad de la vida del hombre, al menos en términos psicológicos y simbólicos. La conjunción de la que hablamos aquí puede ser considerada como el evento astrológico más importante en la vida de un astrólogo, en virtud de su profundo significado y de lo espaciado de su ocurrencia. Ninguno de los que hoy vivimos volveremos a presenciar un cambio de triplicidad en el ciclo de los dos cronocrátores. Y no todos los que han vivido o vivirán podrán asistir a un cambio de ciclo como este.

No es casualidad que en medio de esta trasposición de fases nos enfrentemos a una crisis multifactorial en casi todo Occidente. Desde hace varios años veníamos advirtiendo en diversas ponencias y columnas lo que hoy ya es una realidad. La democracia representativa y la sociedad de masas se enfrentan a una embestida de la que no saldrán ilesas. La pandemia del SARS-CoV-2, junto a la recesión económica y los diversos movimientos insurreccionales en diversos países del orbe occidental han puesto en jaque al sistema liberal, que en la década del '90 parecía indestructible tras el estrepitoso fracaso de los brutales y sanguinarios experimentos socialistas en el bloque del Este. Pero como no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, los cielos indican, cual reloj suizo, el momento exacto en que el hado golpea la nuca del mundo con su vara de hierro. Y como un testimonio de este día, quiero dejar por escrito un resumen de los pronósticos asociados a la conjunción media de los dos planetas.

En esta ocasión la conjunción ocurrirá a los 00°29' de Acuario, y al mismo tiempo se perfeccionará en un estrecho paralelo de sólo 6', lo que significa que Júpiter y Saturno llegarán a estar extraordinariamente cerca en el firmamento, al punto de que pueden parecer una misma y única estrella. Esta aproximación tan apretada entre ambos errantes no ocurría desde el 4 de marzo de 1226. Hubo otra parecida el 16 de julio de 1623, pero sucedió demasiado cerca del Sol como para ser visible. En esta oportunidad el fenómeno ocurrirá a pocas horas de haberse concretado el ingreso cardinal del Sol en Capricornio y, por lo tanto, coincidirá con el solsticio boreal de invierno y con el solsticio austral de verano, momento que los astrólogos utilizamos habitualmente con fines predictivos. Para ver la conjunción basta mirar hacia el poniente unos cuarenta y cinco minutos después de la puesta de Sol, ligeramente hacia la izquierda desde el punto exacto del oeste, y a unos 17° de altitud por sobre el horizonte. De acuerdo con Johannes Kepler (1531-1630), esta sería la famosa estrella de Belén que siguieron los reyes magos. Concuerdo plenamente con él, pues en el año 7 a.C. ambos planetas hicieron conjunción con paralelo en tres oportunidades: el día 29 de mayo, luego el 1 de octubre y finalmente el 5 de diciembre, hecho que no podría haber pasado desapercibido para los astrólogos del Imperio Parto.

Antes de continuar debemos hacer una corrección. Frente a la majadera reiteración del error que anuncia el inicio de la era de Acuario a partir de esta conjunción en el mismo signo, cabe aclarar de manera tajante y absoluta que quienes señalan tal cosa no saben lo que dicen. El sistema de eras zodiacales no se produce en base a las grandes conjunciones, sino que en virtud de la precesión de los equinoccios y el consiguiente desplazamiento aparente de las constelaciones con respecto al punto vernal y al zodiaco tropical. Cualquiera puede corroborar lo que decimos con una sencilla investigación sobre el tema, por lo que nos causa gran extrañeza que este equívoco garrafal se repita en muchos círculos, incluyendo a personas que aparentemente se dedican a la astrología. Para la era de Acuario faltan más de 350 años, dada la actual posición del cero de Aries tropical contra el fondo de las estrellas fijas. Habiendo despejado toda sombra de duda al respecto, podemos preguntarnos entonces ¿qué es lo que implica, en términos predictivos y concretos, esta conjunción media de los cronocrátores?


En primer lugar y por sobre todo lo demás, estamos entrando en un nuevo periodo civilizatorio, en donde la neurotecnología, la inteligencia artificial, la robotización y el 5G están por generar una revolución sociocultural y tecnológica sin precedentes. Los cambios serán tan profundos que incluso el sistema democrático liberal será sacudido y modificado. Artificios como la programación de un avatar personalizado y ejecutado por inteligencia artificial, que emule todas nuestras características de personalidad, creencias y valores, permitirán que seamos representados directamente en la versión digitalizada y virtual del Parlamento, lo que pondrá en jaque a políticos y dirigentes sociales. El desarrollo de la neurotecnología revolucionará la sociedad completa, permitiendo la lectura de los pensamientos, e incluso la inserción de falsos recuerdos e ideas ajenas, es decir, alienación y manipulación de la mente individual y colectiva. La neurotecnología, en conjunto con la inteligencia artificial y la computación cuántica, darán inicio a la llamada “cuarta revolución industrial”. Nada volverá a ser igual que antes. La pandemia del Covid-19 ha producido las condiciones idóneas ─y ha regalado la excusa perfecta─ para el gran reseteo de la economía y la implementación de medidas coercitivas orientadas a preparar el sistema para la llegada de estos grandes cambios.


Esta conjunción caerá a sólo un grado de distancia del ascendente de la carta fundacional de la República Popular de China, anunciando un desplazamiento del centro geopolítico desde occidente a oriente, y particularmente desde Estados Unidos a China. Es evidente que ambos mundos se mantendrán entrelazados por la interdependencia económica y productiva, pero la potencia norteamericana quedará en un segundo lugar por un buen tiempo. Por otra parte, las alteraciones y “mejoras” corporales se volverán relativamente comunes, y aunque no serán tan espectaculares como en una película de ciencia ficción, dichas modificaciones inducirán un conflicto permanente entre bioconservadores por un lado, y tecnoprogresistas por el otro, pugna que llegará a desplazar el viejo conflicto entre derechas e izquierdas al que estábamos acostumbrados. El sistema de libre mercado mutará hacia un post-capitalismo digital en donde tendremos cada vez menos cosas, es decir, seremos dueños de muy poco. En su lugar pasaremos a ser clientes de servicios prestados por medio de bienes colectivos, al estilo de Uber o de Airbnb.


Los crecientes problemas ecosistémicos y climáticos, de cara a la sexta extinción masiva de las especies, obligará a los distintos países y regiones a la colaboración internacional. Esto debido a que los problemas asociados al cambio climático y a la destrucción medioambiental no pueden ser resueltos de manera aislada e independiente, ya que la Tierra es un sólo y gran sistema vivo. Ello irá despejando el camino hacia una globalización política, y no meramente económica como hasta ahora, con nuevos organismos internacionales. No sería raro ver cosas como un Parlamento Mundial y una Carta Magna internacional. El concepto de Estado Nación se debilitará considerablemente, y el multiculturalismo generará nuevos focos de conflicto social en zonas del mundo que no conocían esta clase de fracturas sociales. En paralelo, las grandes compañías de energías renovables le ganarán la batalla a la vieja industria del petróleo y los hidrocarburos. La producción de “energía verde” será el gran motor del post-capitalismo digital.

La robotización de los procesos productivos generará grandes cambios en los planes de educación y en lo que entendemos por formación profesional. Así mismo nuestra comida sufrirá grandes cambios, llevados a cabo por la nueva manera de producir los alimentos en la industria. La salud estará cada vez más al centro de las preocupaciones de gobiernos e individuos. El diagnóstico médico alcanzará niveles de precisión increíbles y el monitoreo regular de la salud se hará desde el hogar gracias a la mentada inteligencia artificial. Por lo mismo se erradicarán varias enfermedades crónicas, hasta ahora incurables o de difícil manejo. Una nueva moral le exigirá total transparencia y probidad a políticos y dirigentes, llegándose a extremos pocas veces vistos desde la época del puritanismo del siglo XVI. Esto será posible gracias a la tecnología, en el marco de una sociedad de la vigilancia. Como consecuencia, se producirá un portentoso crecimiento de la hipocresía junto a nuevos métodos para fingir una rectitud que no se posee, intentando burlar los sistemas inteligentes de rastreo y verificación de datos.


Finalmente, el cada vez más acelerado declive del Cristianismo en la sociedad occidental hará caer el κατέχον (obstáculo) que impide o retrasa el advenimiento del Anticristo, siendo tal impedimento lo que aún queda de la antigua Roma cristianizada. Desde su etimología griega, entendemos el concepto de Anticristo como la designación propia del que ocupa fraudulentamente el lugar de Cristo, esto es, una suerte de impostor que suplanta al mesías. La crisis de la Iglesia Católica, que de algún modo se extiende a prácticamente toda la cultura judeocristiana, dará paso al reemplazo de la cristiandad por una filosofía secular basada en una fe ciega en el ser humano, en su ingenio y en su capacidad para mejorarse a sí mismo por medio de la tecnología. En otras palabras, el Cristianismo padecerá la profetizada “gran apostasía”, siendo reemplazado en los próximos cien años por el Transhumanismo. La integración entre la consciencia humana y la máquina nos obligará a ver y pensar el mundo de manera radicalmente diferente, con las consiguientes implicancias filosóficas, éticas, religiosas y psicológicas.


Frente a todo lo anterior, es necesario recordar que cualquier persona de hace cien años habría considerado que nuestro modo de vida actual es un infierno. Nuestra adicción a las redes sociales, nuestra esclavitud con el teléfono celular, nuestra comida chatarra, nuestro frenético transporte público y nuestros estilos de vida alternativos les habrían parecido una verdadera pesadilla. Pero henos aquí, perfectamente adaptados a circunstancias que, bajo la óptica de otros tiempos, sólo podría tener un tono sombrío y un azufrado olor a distopía. Que nadie se asuste ni pierda la esperanza, porque Dios no deja de estar presente en cada átomo del universo y, especialmente, en lo profundo del corazón del hombre, siempre accesible para quien lo busque y sin que importen las cambiantes condiciones del entorno social, económico y político. Serán una fase de grandes pruebas para la fe. ¿No es acaso en medio de la adversidad donde se hacen fuertes los que una vez se consideraron débiles? Los hijos de Zurván apretarán el grillete astral sobre la humanidad, pero el alma no puede ser encarcelada por el tiempo, ya que su lugar reside en la eternidad.

Publicado el lunes 21 de diciembre de 2020.



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