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Astrología Tradicional versus Astrología Moderna.


Soy astrólogo tradicional y psicólogo clínico. El destino lo dispuso así. Y puesto que estoy en medio de estas dos disciplinas creo que tengo algo relevante que decir al respecto de la interacción entre las mismas, teniendo presente que para la gran mayoría de los practicantes de la astrología moderna el recurso a la psicología resulta inevitable. Quiero partir siendo muy franco: no comparto casi ninguna de las premisas de la astrología moderna, también conocida como psico-astrología. Desde esta asunción intentaré argumentar en las siguientes líneas el porqué siendo psicoterapeuta en activo, rechacé pronto la astrología psicológica para dedicarme de lleno a estudiar y practicar la astrología tradicional y predictiva.

Como la gran mayoría, mis primeros pasos en el arte astrológico los di de la mano de textos modernos, con los planetas transpersonales, asteroides, aspectos menores y toda la parafernalia asociada. Tras estudiar psicología en la universidad me di cuenta de que para describir la psique de una persona, y poder comprender su organización profunda, seguía siendo más efectivo y certero un test clínico como el Rorschach, el Phillipson o el Minnesota frente a la vaguedad de una carta natal moderna. Era indudablemente más preciso, preclaro y riguroso contar con un buen test psicológico que con cualquier otra cosa, especialmente en el ejercicio de mi profesión. Por razones teóricas y técnicas que sería tedioso enumerar aquí, un test proyectivo cuenta con un respaldo estadístico de sus baremos y reactivos validado empíricamente, lo que permite realizar una fotografía nítida de las profundidades de la mente humana que vuelven innecesaria la utilización de la psico-astrología como herramienta diagnóstica. Desde luego, en ningún círculo clínico o académico serio se osaría siquiera sugerir una carta astral como método clínico, ni siquiera como mera aproximación al paciente.


Comparando resultados e información, no me cabía duda alguna de que por medio de una prueba proyectiva era posible conocer con muchísima mayor eficiencia la estructura de personalidad de cualquier sujeto. No obstante, ningún test psicológico podía predecir el futuro de una persona, como si lo hace la astrología helenística, medieval y renacentista. Fue así que mi sincero interés por la astrología decantó naturalmente hacia la tradición antigua. Las técnicas tradicionales resultaban mucho más complejas, a pesar de que aparentemente los significadores son menos numerosos. El solo hecho de considerar las dignidades, debilidades, sectas y lugares aféticos ya lo complicaba todo a un nivel que el enfoque moderno no podía ni remotamente resemblar, pero al mismo tiempo otorgaba un poder predictivo y una definición prospectiva que no imaginaba. La correcta delineación de las cartas horarias, electivas, natales y mundanas, más la concreción de las casas tradicionales, los antiscios, las culminaciones, las firdarias, los atacires, las direcciones, el uso de estrellas fijas, los almutenes, las recepciones, los rayos, las combustiones, los orbes para cuerpos celestes (en vez de orbes para aspectos) y un largo etcétera, me hicieron caer en la cuenta de la importancia que revestía el recuperar una tradición que había caído en desuso desde comienzos del siglo XVIII.

Sucedía además que desde los siete años de edad había estado escudriñando los cielos nocturnos con prismáticos, telescopios y mapas astronómicos. Fue y sigue siendo un hobby de larga data que mi padre supo incentivar apenas emergió espontáneamente en mí. Pero la astrología moderna sólo sabía de ordenadores y programas computacionales. Raramente me encontraba con algún astrólogo, o al menos con un texto, que me incitara a estudiar el firmamento para ejercer la astrología. Grata fue mi sorpresa al descubrir que, en el enfoque tradicional, la familiaridad con la observación astronómica es fundamental. Predecir en vez de especular resultaba una opción razonablemente válida, y mi afinidad por la filosofía antigua confirmaba la racionalidad del sistema clásico en contraste con el desorden del sistema moderno, heredero de la revolución copernicana. Los fundamentos pitagóricos, platónicos y herméticos del enfoque tradicional poseen una belleza y armonía de la que carece la desordenada simplificación que se introdujo para tratar de hacer de la astrología algo más aceptable a la mentalidad cientificista de la modernidad.

Pero entonces, ¿cómo un psicólogo clínico puede resistir la tentación de mezclar astrología con psicología? La respuesta es relativamente sencilla. Mi posición, tras mucho cavilar sobre el asunto, es que lo nuevo tiene mucho que aprender de lo viejo, pero no sucede lo mismo a la inversa, porque lo antiguo ya ha alcanzado su desarrollo y madurez. Los procesos de crecimiento llegan a un punto en que abarcan su plena maduración, entregando entonces lo mejor de sus frutos. Creo que la astrología antigua alcanzó su floración durante el medioevo y siguió arrojando luces hasta el siglo XVII. Ese largo desarrollo que se inició con Hipsicles hace 2200 años tiene mucho que aportar a la psicología, especialmente a la comprensión de los inevitables límites constitucionales que se imponen sobre el sujeto. Pero la psico-astrología, que absorbió algunos elementos dispersos de la psicología junguiana y del psicoanálisis temprano, no tiene mucho que aportar a una tradición milenaria, a menos que pretenda deformarla o suplantarla. En la misma línea, considero que la psico-astrología no constituye ni astrología ni psicología, sino más bien un híbrido extraño, una criatura singular que no se parece mucho a ninguno de sus dos progenitores. Es lo que resulta cuando lo nuevo pretende corregir a lo viejo; lo viejo no cambia y lo nuevo termina transformado en otra cosa sin haberlo pretendido. Ya que lo antiguo ha alcanzado el fruto de su madurez, ¿cómo podría la astrología beber de la psicología moderna?

Por otro lado, si consideramos el concepto contemporáneo de ciencia, con su método de investigación empírica y sus exigencias positivistas, la astrología no califica como tal bajo ningún punto de vista. La cuestión es que no necesita calificar como ciencia en el sentido moderno, pues la astrología constituye un arte que como tal debe lidiar con lo simbólico, no con lo empírico. Haciendo uso de los símbolos y sus significados, extraídos de la cuidadosa observación de los ciclos celestiales, la astrología tradicional pronostica hechos corroborables, pero no llega a ellos por medio del método experimental. La ciencia moderna cuantifica datos para explicar hechos. La astrología cualifica símbolos para pronosticar sucesos. A todas luces se trata de metodologías diferentes. Sin perjuicio de lo anterior, comprendo que para la psico-astrología y el enfoque moderno, la consecución del estatus científico es un objetivo muy codiciado. En lo personal no lo secundo, y responsablemente como profesional del área debo señalar que ni siquiera la psicología moderna califica para el rango de ciencia propiamente tal, cuestión que ha dado lugar a numerosos debates académicos y publicaciones al respecto.

Si tomamos el concepto antiguo de ciencia, que equivale simplemente al de conocimiento a secas, tanto la astrología como la psicología califican al tratarse ambas de saberes específicos, independientemente del método de investigación que utilizan. Pero la modernidad desarrolló una idea de lo científico mucho más específica, que depende de lo metodológico, no del conocimiento en sí. De esta manera, por ejemplo, el conocimiento ancestral de los pueblos indígenas es ciencia, pero no es algo científico. Lo mismo ocurre con la astrología.

Mi práctica como psicólogo clínico se ha visto enriquecida por la astrología tradicional y viceversa, pero he considerado mucho más honesto mantener ambas disciplinas dentro de sus propios márgenes por el bien de cada una. Es por eso que jamás las mezclo. La psicología posee su propio cuerpo teórico y técnico, al igual que la astrología, pero sus métodos y objetivos son bien distintos. Siendo así, a través de su estricta separación he conseguido que se enriquezcan mutuamente, sin llegar a distorsionar sus conocimientos específicos por medio de una fusión que les haría perder lo que les es propio.

Debe quedar claro que la Astrología Tradicional se diferencia de las versiones modernas por abocarse a predecir el destino de forma concreta y verificable, en vez de remitirse a describir ambiguamente la personalidad del consultante. Debido a que la tradición astrológica utiliza una gran cantidad de procedimientos de cálculo e interpretación, sus posibilidades son mucho más ricas que las ofrecidas por su deformación actual. Esto no quiere decir que en la tradición astrológica no exista también una clara delineación del carácter del consultante. De hecho, en las cartas natales, el estudio del temperamento y las tendencias del sujeto representan una cuestión esencial para abordar el destino que deriva del carácter. Pero convertir todo el radix en una expresión de la psicología del consultante es un error garrafal, más aún si consideramos que la astrología debe abocarse a predecir y no sólo a describir.

Una prueba de lo erróneo de adulterar los significados astrológicos está en considerar las cartas horarias y electivas. El enfoque moderno ni siquiera las toca tangencialmente, porque no puede. ¿Conviene reducir la astrología a la figura natal y pretender que las demás ramas no existen? En astrología natal sólo la primera casa nos habla del sujeto. Las demás corresponden a los accidentes de su vida, permitiendo así la predicción de sucesos concretos. Desde el paradigma tradicional, la astrología natal es compatible con la horaria, la electiva, la médica y la mundana. Pero el enfoque moderno, ¿qué hará con las otras dimensiones de la astrología? ¿Negarlas como si no existieran?

Soy consciente de que la astrología moderna abarca más enfoques que la psico-astrología, pero creo que está fuera de toda discusión el hecho de que la astrología psicológica reside en el núcleo de lo que se considera moderno. Tengo grandes diferencias con las propuestas psico-astrológicas, y sostengo que su innovación no le hace bien ni a la psicología ni a la astrología, pues ambas disciplinas pierden gran parte de su poder de acción al ser fusionadas en una misma amalgama. Creo que es mucho más sensato y responsable honrar los límites de la tradición astrológica y permitir que dichos parámetros enriquezcan el conocimiento psicológico desde su propia naturaleza. Desde luego, respeto la opción ajena por la astrología junguiana, evolutiva, kármica, uraniana u otras versiones modernas, e incluso le reconozco la utilidad a algunos de sus desarrollos técnicos, como en el caso de la sinastría, pero creo que sería mucho mejor emplear estas aplicaciones con discreción, respetando siempre los significados y técnicas tradicionales, las que en mi caso adquieren preeminencia por sobre otras de dudosa conveniencia, como los puntos medios o el uso de pequeños y abigarrados asteroides.

No pretendo cambiar a nadie. Simplemente deseo compartir mi humilde testimonio como astrólogo y psicólogo. Dejo a cada cual tomar libremente sus propias opciones, sabiendo que en este momento histórico mi voz tiene vocación de minoría. Muchos disentirán de lo que señalo. Solo les pediría que lo tengan en consideración como una visión posible, porque la astrología moderna suma tres o cuatro significadores al tiempo que resta docenas de significados, protocolos y técnicas predictivas. En vez de enredarme en invenciones recientes de incierta efectividad, he optado por una tradición de sabiduría oracular sancionada por el rigor de los siglos. Que cada quien opte sin coerción por lo que le resulte más afín.


Publicado el viernes 5 de marzo de 2021.

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