La golpeada ciudad de Bagdad esconde una historia asombrosa que pocos conocen. La vida de sus agitadas calles no siempre ha transcurrido entre bombardeos y explosiones. Su nacimiento nos lleva a una época en donde la magia era parte del diario vivir. Aunque su emplazamiento fue lugar de varios asentamientos humanos desde el segundo milenio antes de nuestra era, la fundación de la ciudad propiamente tal data del siglo VIII. El califa Al-Mansur (714–775 d.C.), segundo soberano de la dinastía Abasí, deseaba construir una majestuosa capital para su reinado, ya que la ciudad de Damasco, en Siria, guardaba todavía el recuerdo de sus antiguos regentes Omeyas. Fue así que el nuevo califa, tras recorrer atentamente la región, decidió establecer su capital hacia el este, en un espléndido lugar bañado por las aguas del Tigris y guarecido por la sombra de las palmas datileras. Pero no bastaba con una buena ubicación geográfica. Para iniciar las obras hubo de escoger el tiempo propicio para que el influjo de los astros asegurara por largo tiempo la estabilidad y fortaleza de la casa gobernante. Fue así como se proyectó la mágica fundación de Bagdad.
La labor estuvo a cargo de dos reputados astrólogos de la época, el persa Naubakht Ahvazi y el judío Mashallah ibn Athari. Ambos sabios trabajaron, junto a un puñado de estudiantes, en el largo proceso de selección de un día y hora promisoria para levantar la urbe. Realizaron extensos cálculos de posiciones y movimientos celestes, en una época en donde todas las operaciones debían realizarse a mano. Al buscar una fecha idónea por adelantado, hicieron uso de sus conocimientos en astrología electiva, aquella rama del arte celeste encargada de escoger los momentos astrológicos más favorables para realizar con éxito alguna tarea importante. Empleada por los babilonios para casi toda actividad civil y religiosa de cierta envergadura, el califa no podía menos que hacer uso de ella para su gran ciudad. Como todo en esta ciencia hermética, las elecciones astrológicas se basan en el principio de que el final se halla oculto en el comienzo, de manera que el resultado de cualquier empresa depende de la cualidad del tiempo en que ésta tuvo su inicio. De allí que, en lo que respecta a la edificación de una ciudad, sea imprescindible comenzar las faenas en un momento debidamente seleccionado.
Mientras Mashallah y Naubakht buscaban el momento astrológico más idóneo, la familia de este último ayudaba a diseñar la ciudad, inspirándose en la capital sasánida de Gur, hoy Firuzabad, en Persia. Decidieron darle una forma circular a la planta, emulando la bóveda celeste y el movimiento de sus luminosos habitantes, pues así como el cuadrado representa la tierra, el círculo siempre evoca el cielo. La circunferencia es el símbolo fundamental de los ciclos, en donde tiempo y movimiento se enlazan con el principio y el fin de todo. Es la figura perfecta por excelencia, con sus infinitos lados equidistando del centro invisible, de donde manan todas las posibilidades de manifestación. En el círculo encontramos la base del mandala oriental, símbolo del universo y síntesis gráfica de la totalidad. Hace mil 200 años, la planta de Bagdad era perfectamente redonda por una razón de peso: fue pensada para ser un reflejo del cielo en la tierra, haciendo descender el paraíso.
Se especula que la planimetría de la ciudad puede haber sido expresamente diseñada para plasmar el orden celestial por la disposición de palacios, mezquitas y otros edificios públicos, reflejando en la tierra las posiciones de los astros para el día de su fundación. La idea de organizar la disposición de las edificaciones de acuerdo a un patrón astronómico no era nueva para la época. Ya los egipcios habían dispuesto mucho de sus construcciones siguiendo un esquema de imitación celeste, tal como demostró el ingeniero e investigador Robert Bauval en los años 90. Aunque este tipo de tesis no es fácil de probar, tampoco resulta descabellada, si bien suele levantar amargas polémicas con los arqueólogos e historiadores más ortodoxos. De cualquier manera, la extensión de la actual urbe ha rebasado con creces la planta circular original, llegando a ser un buen ejemplo de ese desorden tan propio de lo moderno, un caos en constante expansión que no atiende a otra cosa más que a presiones demográficas y económicas. En el siglo VIII, ya puede imaginarse, se atendía a principios arquetípicos que, por elevados, reflejan una armonía y una belleza que hemos perdido al levantar nuestras atiborradas y alienantes ciudades.
¿Y qué día escogieron los astrólogos para fundar la urbe? Para poder responder esto es inevitable complicar un poco las cosas y recurrir al lenguaje técnico de la astrología. La crónica registrada por el matemático y astrólogo persa Al-Biruni señala que los trabajos se iniciaron en algún momento del sábado 31 de julio del año 762, pero no menciona la hora para levantar el horóscopo, pues la carta astral que presenta no tiene cúspides. No obstante, conociendo las reglas del arte es posible encontrar la hora exacta y restablecer los ángulos de la figura. Atendiendo a esto, el equipo de astrólogos sólo pudo haber escogido las 14:40 hora local del meridiano de Bagdad. En ese minuto Júpiter se encontraba altamente fortalecido en su regencia y término de Sagitario, en hayz y estacionario antes de volverse directo, ubicado justo en pleno Ascendente. Estos factores son providenciales para la astrología tradicional, anunciando estabilidad política, prosperidad económica, desarrollo de las ciencias y las artes, promoción de la educación, así como justicia, tolerancia y diversidad cultural. La carta astral en cuestión fue correctamente hallada por el lingüista y astrólogo James H. Holden, a quien le debemos la magnífica obra A History of Horoscopic Astrology.
Lamentablemente la Luna, que es fundamental en toda carta electiva, está peregrina, vacía de curso y en vía combusta dentro del horóscopo de Bagdad, pero los astrólogos fueron lo suficientemente astutos como para mitigar estas aflicciones con dos recepciones mutuas hacia Venus y Saturno, más un beneficioso trígono aplicativo hacia la Parte de Fortuna. Sin embargo, ninguna elección astrológica es perfecta. Debido a la gran complejidad del firmamento es inevitable que se cuele algún factor negativo. Marte, el planeta de la guerra, le hace oposición a Júpiter y al Ascendente desde la Casa Séptima, que entre otras cosas rige a los enemigos. No nos extrañe entonces que Bagdad fuese asediada y arrasada por la invasión de los mongoles bajo el mando de Hulagu Khan en 1258. Las hordas de la estepa fueron brutales, matando a la mayoría de sus habitantes e incendiando la ciudad. En 1401 fue destruida otra vez por Tamerlán, y en los siglos siguientes tuvo que soportar las invasiones de los turcos otomanos y de los británicos. La destrucción siempre se cuela por algún lado. En este caso Marte hizo lo suyo 5 siglos después de la fundación.
Resulta irónico para nuestros tiempos que la ciudad redonda de Bagdad fuera antaño conocida como Madinat as-Salam, la ciudad de la paz. Lo que no se tiene en cuenta es que la capital abásida fue la joya de la civilización, el conocimiento y la cultura durante medio milenio. El reputado califa Harún al-Rashid, bisnieto de Al-Mansur y quinto en la línea de sucesión de la dinastía, fue quien, junto a su hijo y sucesor Al-Ma'mun, levantó en plena ciudad la Casa de la Sabiduría (Bait al-Hikmah), el más importante centro de estudios de la época, con una biblioteca extraordinaria en donde se realizaron cientos de traducciones al árabe de los filósofos griegos, los rishis de la India, los sabios de Egipto y los magos de Persia. Fue una especie de émulo de la gran biblioteca de Alejandría en pleno corazón de Irak. Se desarrolló la alquimia, la química, la medicina, la matemática, la astronomía, la astrología, la botánica, la zoología, la geografía y la cartografía, se tradujo a Platón, Aristóteles, Plotino, Euclides, Hipócrates, Galeno, Cháraka, Sushruta, Aryabhata y Brahmagupta, entre tantos otros. Allí trabajaron los más grandes eruditos del medio oriente, gente como el matemático Al-Khwarizmi, el filósofo y polímata Al-Kindi, el médico Hunayn ibn Ishaq o el astrólogo Thabit ibn Qurrá. Fue la edad de oro del Islam. En la Casa de la Sabiduría se daban cita judíos, cristianos, musulmanes, sabeos y zoroastrianos, que dejando de lado todas sus diferencias sectarias, aunaban esfuerzos en la búsqueda del saber.
Bagdad fue la ciudad más rica del mundo y el faro intelectual de su tiempo. Llegó a tener más de 1 millón de habitantes, siendo la ciudad más poblada del momento. En sus calles se narraban los cuentos de las mil y una noches, mientras se oía el canto del muecín desde el minarete de las mezquitas, que rivalizaban en belleza con las murallas de Babilonia o el mausoleo de Helicarnaso. En sus observatorios se medía el movimiento de los astros, en sus tabernas se recitaba poesía mística, mientras en sus jardines se discutía de política, filosofía y teología al son del laúd y la flauta ney. No nos olvidemos tampoco de que es precisamente en esta misma región del globo donde surgió la civilización propiamente tal, donde se inventó la escritura, la rueda, el ladrillo, la agricultura, la navegación a vela, los jardines, incluso la noción misma de ciudad. Irak es la cuna misma de la ciencia, la religión y la cultura. El expolio y la destrucción de esta larga guerra, hoy trasladada al ámbito tribal y sectario, ha causado una pérdida irreparable para la humanidad. Son miles las piezas arqueológicas que han desaparecido en medio del conflicto bélico, trozos fundamentales de nuestra historia como humanidad, por no mencionar las atrocidades que ha tenido que padecer la gente del país. Las huestes mongolas presididas por Marte están de vuelta, esta vez con balazos, drones y explosivos. Pero Bagdad volverá a levantarse otra vez, como ya lo ha hecho muchas veces en el pasado.
Publicado el jueves 30 de abril de 2020.
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