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De advenedizos y estrelleros.


Los años de mayor popularidad de la alquimia, ciencia hermética por excelencia, fueron los que discurrieron entre los siglos XVI y XVII. Emperadores, reyes y archiduques se ufanaban de contar con alquimistas en su corte, quienes preparaban diversas medicinas y elíxires al tiempo que intentaban "fabricar oro" para el respectivo potentado. Y he aquí que el afán de transmutaciones acabó por pervertir rápidamente el arte alquímico, por cuanto la comodidad de una vida bajo el favor de un rey le pareció atractiva a toda clase de bribones, timadores y sinvergüenzas. Los auténticos alquimistas llamaron a estos farsantes "sopladores", por su afán de avivar el fuego del atanor soplando incansablemente, sin entender de qué se trataba el fuego secreto del verdadero Arte. De allí la sentencia: «aurum nostrum non est aurum vulgi».


La suplantación de los alquimistas por parte de los sopladores acabó por arruinar la reputación de la ciencia hermética, hasta llevarla al borde de su extinción. Y he aquí que el tiempo del intrusismo está de vuelta sobre la ciencia hermana de la astrología, llena de cursos en línea, escuelas "fast food" y promesas milagrosas de formación express con automatización online. Esta masiva resurrección del interés por el arte celeste, también trae aparejados varios desafíos en términos de rigor y seriedad, pues no hace falta mas que sacar el pastel a la intemperie para que empiecen a aparecer las moscas, que no contentas con darse un festín procuran dejar sus huevos sobre él. ¿Y qué se puede hacer? Solamente tener paciencia, subrayar la importancia de la rigurosidad, pero por sobre todo, sincerar el largo plazo de tiempo que se requiere para obtener un vino de calidad. Con las ciencias sagradas es igual.

Dicho lo anterior, no podemos dejar de mencionar que no importa cuánto intenten profanar lo sagrado, jamás podrán lograr su cometido. Sólo pueden adulterar sus formas exteriores, imitando cual mimos una burda caricatura que, en su núcleo, no contiene ni un ápice de la sabiduría que pertenece exclusivamente a los pocos que han doblado humildemente sus rodillas frente a Dios. Siendo así, René Guénon nos recuerda que «el verdadero secreto, y por otra parte el único que no puede jamás ser traicionado de ninguna manera, reside únicamente en lo inexpresable, que es, por ello mismo, incomunicable, y hay necesariamente una parte de inexpresable en toda verdad de orden trascendente. Es en esto donde reside esencialmente en realidad, el significado profundo del secreto iniciático». ¡Cuánta razón tiene el metafísico francés! Y es que nadie puede robarse el entendimiento.

No obstante, y sin perjuicio de lo anterior, nos asalta un dilema ético que ninguna persona decente y socialmente responsable podría evadir. La cuestión es la siguiente: si a tus amigos les tratan de hacer caer en una evidente estafa, ¿lo correcto es advertirles a tiempo o quedarse callado? Del mismo modo, si a tus vecinos los intentan timar con la venta de un producto que te consta falso, ¿tu deber moral es contarles la verdad o dejar que sean engañados? En una época profundamente egoísta, invertida e individualista, pareciera que hacer lo correcto y advertir a los demás de un potencial fraude fuese equivalente a cometer un escandaloso pecado. Es que somos muy amigos de la mentira, porque la publicidad engañosa y el mercadeo falaz nos tiene bien amaestrados en la tolerancia frente a la chapucería.

En virtud de lo anterior, y atendiendo a lo que considero más correcto y altruista de ambas posibilidades, es que quisiera realizar, con la mayor humildad posible, una advertencia que puede ser de gran utilidad. Tengan mucho cuidado con las ofertas de "astrología tradicional" que están apareciendo últimamente. He revisado atentamente varias de ellas y no cumplen con los estándares mínimos para ser consideradas como tal. Tanto en lo técnico como en lo teórico, la mayoría de estas propuestas son astrología moderna mezclada con algunos métodos clásicos, y todo ello abordado desde una óptica completamente profana, relativista y desacralizada. Exijan la certificación formal del supuesto astrólogo tradicional, para saber con quién estudió y qué institución le entregó el certificado de aprobación de estudios. Además debe contar con varios años de experiencia, ojalá no menos de diez.

Y para aquellos que probablemente se van a enfurecer conmigo por ejercer mi pleno derecho a contar de manera honrada lo que he observado, y por hacer lo correcto advirtiendo a mis lectores, les quiero recordar que ninguno de ustedes se dejaría operar por un supuesto cirujano que aprendió medicina por cuenta propia, leyendo unos cuantos libros en su casa. Ninguno de ustedes permitiría que se les asigne un supuesto abogado defensor que se autodenominó como tal tras leerse algún compendio de las leyes vigentes. Ninguno de ustedes viviría dentro de un edificio construido por un supuesto constructor que aprendió ingeniería leyendo sobre algunas obras de construcción en su habitación. No, no lo harían. En cambio le darían las gracias al amigo que les contara la verdad sobre aquel "médico", "abogado" o "ingeniero".

Seamos un poco más honrados y transparentes. Dejemos de hacer la vista gorda frente a la publicidad engañosa, porque actuar así nos vuelve cómplices. A nosotros no nos gustaría que vengan a engañarnos con un servicio que no cumple con las características de lo ofrecido. Estoy seguro de que en lugar de cuestionar a quien tuvo la deferencia de advertirnos a tiempo, le agradeceríamos sinceramente por ayudarnos a no ser víctimas de un timo publicitario. Y no, un cursillo online no es suficiente. Hablamos de una formación de varios años bajo supervisión experta. Si usted ya la tiene, no hay motivo para que reaccione con iracundia frente a esta columna. Para finalizar, una perla tomada de la sabiduría de Zaratustra (Zoroastro): «Aquel que permite a la falsedad existir sin protesta, se convierte en partidario de la falsedad» — Gatha (Yasna XLVI:6).


Publicado el lunes 1 de marzo de 2021.

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