Puede resultar interesante plantear una revisión cuidadosa del término Medio Cielo con el que solemos identificar la décima cúspide en una figura astral. El término original en la literatura helenística, tanto en textos astronómicos como astrológicos, es el vocablo griego μεσουράνημα, que pasó posteriormente al latín como «medium coeli». La relevancia de este concepto estriba en que de su definición depende la amarga disputa respecto a los sistemas de casas, especialmente aquella que sostienen los defensores de la domificación por conteo de signos (casa igual signo) versus los defensores de los sistemas por trisección de cuadrantes (casas desiguales).
En los primeros siglos de nuestra era existían tres conceptos diferentes de μεσουράνημα, lo que provocó un problema de consecuencias insospechadas en su momento, ya que estas tres definiciones dieron origen a tres formas diferentes de pensar la manera de distribuir las doce casas astrológicas. La primera conceptualización es aquella que entiende por Medio Cielo los treinta grados completos del décimo signo contado a partir del signo ascendente en orden zodiacal. La segunda conceptualización es la que define como Medio Cielo al grado nonagesimal de la eclíptica, es decir, noventa grados eclípticos exactos por sobre el ascendente. La tercera conceptualización es la que fija el Medio Cielo en el grado exacto en donde la eclíptica se interseca con el meridiano local, es decir, con el círculo máximo que recorre el camino del norte-zenit-sur-nadir.
Se hace evidente que el sistema de casas por signos enteros se basa en la primera definición, el sistema de casas iguales se basa en la segunda, y los sistemas de casas por división de cuadrantes se basan en la tercera. He aquí el meollo de todo el debate. Pues bien, la razón detrás de la predilección de los astrólogos medievales y renacentistas por los sistemas por división de cuadrantes se basa en una conceptualización astronómica más estricta del «medium coeli», ya que el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas culminan su arrastre por movimiento primario cuando su arco diurno alcanza la intersección del meridiano local en la mitad superior de la esfera celeste, no cuando transitan por el décimo signo zodiacal a partir del signo ascendente, ni tampoco cuando pasan por el grado eclíptico nonagesimal.
La idea detrás de esta precisión es que el cielo no es algo estático, sino que se encuentra en permanente movimiento. Producto de ello, todos los cuerpos celestes alcanzan un determinado punto en su arco diario en donde llegan a la mayor altitud posible según su declinación. Siendo el Medio Cielo, en cualquiera de las definiciones posibles, el lugar en donde los astros alcanzan su máxima elevación, resulta bastante obvio que las ideas asociadas con la casa X tales como ascenso, promoción, profesión, magisterio, reputación e imagen pública, derivan de dicha condición elevada en la parte superior de la bóveda celeste. En consecuencia, el punto exacto de mayor elevación para los grados eclípticos pareció la opción más lógica bajo criterios astronómicos y observacionales más exigentes.
No obstante, me consta por una larga experiencia en astrología tradicional que la resolución del debate pasa por reconocer que las casas de signo completo son extraordinariamente útiles con fines de delineación tópica (significados), mientras que las casas por división de cuadrantes son sumamente necesarias para determinar la potencia o dinamismo de los astros (angularidad), de modo que un enfoque combinado de ambos sistemas, tópico y dinámico, es lo que arroja los mejores resultados. La integración de ambas domificaciones, en la práctica, es algo que toma tiempo y experiencia. Ciertamente no es algo muy recomendable para los principiantes, porque puede confundir y dificultar bastante el proceso de aprendizaje de los estudiantes, pero para el que ya tiene más años de práctica es un esfuerzo necesario y beneficioso. La integración de ambos enfoques ha llegado a generar bastante consenso entre los adeptos a la astrología medieval de cuño perso-árabe.
Al igual que otros colegas de muy buen nivel, he comprobado en la práctica que los sistemas de casas por división de cuadrantes también son muy útiles en la delineación tópica, pero conviene contrastarlos con el sistema de casas por signos enteros para enriquecer y flexibilizar la interpretación de las figuras astrales. Puede resultar algo enredoso tener al mismo planeta en una determinada casa por división de cuadrantes, y en otra distinta por conteo de signos, pero el hecho de que un planeta pueda aportar significados a dos casas adyacentes enriquece la hermenéutica del astrólogo, aunque al mismo tiempo complejiza bastante su labor. Como es natural, la integración de ambos sistemas puede resultar algo embarullado en un comienzo, pero eventualmente es posible aprender a trabajar de manera coordinada y coherente, procurando mantener el equilibrio en medio de esta duplicidad en la domificación.
Frente a la avalancha de incomprensiones y críticas mal fundadas por parte de los defensores del sistema de casa igual signo contra los sistemas por división de cuadrantes, hay que subrayar, desde un punto de vista tradicional, que es un error garrafal preferir sólo un sistema y desechar completamente el otro, ya que la combinación de ambos enfoques, en un trabajo integrado, fue precisamente uno de los elementos característicos que distinguieron la reforma que dio origen a la astrología medieval en tiempos del califato abasí de Bagdad. Pero incluso antes de Mash'allah, Sahl ibn Bishr o Abu Ma'shar, algunos astrólogos de finales del periodo helenístico, como Retorio de Egipto, ya habían empezado a trabajar con ambas formas de domificación de manera conjunta. En consecuencia, una labor mancomunada entre ambas formas de domificar constituye un componente fundamental en la buena práctica de nuestra ciencia.
Bajo un esquema combinado de domificación por signos enteros y por trisección de cuadrantes ocurrirá muchas veces que un planeta estará ubicado en dos casas al mismo tiempo. Así por ejemplo, Júpiter podría estar en la provechosa casa XI por cuadrante y al mismo tiempo en la difícil casa XII por signo entero. Esto permitiría distribuir los significados asociados al planeta en ambas locaciones simultáneamente. Y aunque pueda parecer extraño en un principio, algo similar hacían los astrólogos helenísticos con el Medio Cielo meridiano, que habitualmente trasladaba significados propios de la casa X a los lugares contiguos de las casas IX y XI. Este traslape era cosa común entonces, como lo fue entre los árabes la superposición de planetas sobre casas distintas, obtenidas por conteo de signos enteros y por división de cuadrantes.
En muchos casos las casas de ambos sistemas se encontrarán bastante cerca de coincidir, especialmente si el grado ascendente se encuentra en el comienzo de un signo y si, al mismo tiempo, la latitud del lugar no es demasiado al norte ni demasiado al sur. Pero si el grado del ascendente es bien tardío en el signo, entonces la diferencia entre ambas formas de domificación será radicalmente notoria. Para evitar enredar demasiado el trabajo de combinar sistemas, al principio puede ser más fácil utilizar las casas de signos enteros para las cuestiones tópicas de la delineación y las casas de cuadrantes para determinar el dinamismo o angularidad de los planetas. Esta sería la opción más sencilla de resolver el asunto, y es la que muchos suelen promover actualmente, pero no es la mejor ni la más completa. Con un poco de práctica es posible ir más allá, y otorgarle capacidad tópica también a la domificación por división de cuadrantes, ya que hay miles de ejemplos en interrogaciones y en natividades donde el sistema de casa igual signo no parece reflejar muy bien la realidad de la figura horaria o del mapa natal.
Ahora bien, cabe preguntarse cuál de las numerosas opciones de domificación por división de cuadrantes habría que emplear en conjunto con el sistema de casas por signos enteros. Evidentemente no pretendo dar una respuesta absoluta para un tema que provoca tantas discusiones y diferencias de opinión, pero sí podemos decir con seguridad que una buena respuesta a esta interrogante siempre va a pasar por comprender astronómicamente cómo es que se calculan y distribuyen las cúspides intermedias en la esfera celeste, de manera que podamos tomar una decisión basada en el conocimiento de la estructura matemática y astronómica de cada sistema, y teniendo a la vista la lógica del algoritmo detrás de cada propuesta, para poder asimilar el sentido literal y simbólico de cada una de las posibles opciones. Lo que no parece muy inteligente es usar un determinado sistema de casas simplemente porque es el que usaba nuestro profesor, o porque es el que está de moda.
Mientras el sistema de Porfirio sencillamente divide en partes iguales los segmentos eclípticos de cada cuadrante, siendo una opción muy simple de calcular, el sistema de Alchabitus triseca los segmentos del semi-arco diurno del ascendente para cada cuadrante, de modo que la división de basa en el tiempo ascensional y no en una división del espacio local. En cambio, el sistema de Campanus triseca equitativamente cada cuarto del primer vertical, es decir, del círculo máximo que va desde el punto este al punto oeste pasando por el zenit y el nadir, para luego proyectar la división sobre la eclíptica. El sistema de Regiomontanus triseca a partes iguales cada cuarto del ecuador celeste, proyectando los círculos derivados sobre la eclíptica, mientras que el popular sistema de Placidus sitúa las cúspides en cada sexta parte del tiempo ascensional de los grados eclípticos, vinculando así las casas con la división de las horas planetarias.
En mi caso personal, el sistema de Alchabitus es de lejos el elegido ya que, al dividir a partes iguales el arco diurno del grado ascendente, mantiene la misma lógica de desplazamiento temporal que utilizamos en las Direcciones Primarias, siendo entonces un esquema de domificación ideal para utilizar en conjunto con esta técnica clásica de prognosis de manera funcional y coherente. Complementariamente, la división de casas por tiempos ascensionales del arco diurno del horóscopo o marcador de la hora, nos ofrece trabajar con un sistema basado en un sentido simbólico fundamental, ya que toda figura astral arranca desde el ascendente y la noción de angularidad de las casas depende, precisamente, del movimiento primario de la esfera celeste, siendo las casas angulares las que se movilizan a partir de los cuatro ángulos, las sucedentes las que vienen por detrás de éstas en el movimiento primario, y las cadentes aquellas que ya pasaron por los ángulos y perdieron su condición de angularidad. En estas tres posiciones radican las diferencias de fuerza o dinamismo que ofrecen los tres tipos de casas a los planetas posicionados dentro de ellas.
Ahora bien, para adoptar un sistema de casas es preciso meterse de cabeza en la arquitectura astronómica de cada propuesta. Una vez que se entiende bien cómo se construyen las cúspides intermedias, se empieza a esclarecer poco a poco el simbolismo detrás de cada algoritmo particular. Y si en paralelo se realiza una revisión histórica de sus orígenes, tarde o temprano se termina dando con el modelo de domificación más adecuado posible para la función que le corresponde a las casas en astrología, que por un lado es tópica, pero por el otro es dinámica, es decir, que abarca tanto a los significados como a la fuerza angular. Y en esto último reside la clave para entender qué es lo importante a la hora de elegir, porque entre finales del periodo Helenístico y principios de la Edad Media, toda esta disquisición llegó a su punto de maduración y sensatez. Pero de allí en adelante, y especialmente desde el Renacimiento, todo se fue confundiendo y deformando, por lo que es preciso indagar en los orígenes del problema.
Recapitulando lo ya dicho, existen tres pasos sucesivos en el proceso de integración del sistema de casas por signo completo con un sistema de casas por trisección de cuadrantes. Primero, para los estudiantes, es necesario trabajar con un único sistema a fin de evitar confusiones y enredos innecesarios en el proceso de aprendizaje. Luego, para los practicantes más avanzados, proceder a trabajar con el sistema de casas de signo completo para los temas vinculados a los significadores accidentales (función tópica) y con un sistema por división de cuadrantes para determinar la fuerza o angularidad de los planetas (función dinámica). Finalmente, para los astrólogos con mayor experiencia, avanzar hacia la integración plena de ambos sistemas de domificación para interpretar la función tópica o cualitativa, de modo que se extraigan los significados para un mismo planeta ubicado en casas diferentes bajo cada uno de los dos sistemas, al tiempo que también se utiliza la domificación de casas por trisección de cuadrantes para determinar la función dinámica o cuantitativa. Esta última es la manera de trabajar que utilizaban los antiguos, pero requiere de un manejo ágil y de criterios de discriminación que sólo pueden adquirirse tras largos años de práctica.
Para concluir, cabe señalar que otras opciones para la división de cuadrantes distintas a la que he sugerido son perfectamente válidas, en la medida en que se basen en una buena comprensión del cálculo y estructura geométrica de la domificación, junto con la elaboración, a partir de ello, de una argumentación lógica y de una interpretación simbólica que le otorgue una base razonable a la preferencia, o al menos un criterio explicativo que vaya más allá de la ciega imitación de un sistema de casas cuya formulación se desconoce tanto como la de sus posibles alternativas en competencia. Y entonces, volviendo al inicio de la cuestión, resulta fundamental comprender que las tres definiciones históricas del Medio Cielo no tienen que hacernos tropezar con un dilema irresoluble. Más bien deben invitarnos a realizar la tarea de estudiar con detenimiento los sistemas de coordenadas astronómicas y los puntos de referencia en la esfera celeste sobre los que se construyen los distintos algoritmos para domificar un mapa astral.
Publicado el lunes 21 de junio de 2021.
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